Las masacres que no se publican

Las masacres que no se publican


Mientras la masacre de Gaza sucede en tiempo real frente a nuestros ojos, y la mayor flota de civiles viaja a intentar vencer el bloqueo de Israel, yo trato de escribir sobre algo que parece no tener tanta importancia, un micro cosmos: el aula. ¿Realmente no es tan importante? ¿Dónde se comenzó a tejer la realidad que hoy nos enfrenta con nuestros más temidos demonios?

Francisco llega por primera vez a la nueva escuela, cruza el umbral como quien se introduce en un agujero negro, lleno de temores y dudas, su cuerpo tiembla; recorre los pasillos con el río de chicos que está familiarizado con el laberinto, intenta no denotar su ignorancia. Torpemente sigue las señalizaciones, se equivoca un par de veces, nada grave, pero cuando por fin arriba a la puerta de su salón ya ha elevado su nivel de ansiedad notablemente; está pálido. La maestra aun no llega, pero sus compañeros lo han leído con un golpe de vista. Eusebio, el matón del grupo lo tipifica rápidamente, una víctima más.

El quinto grado es difícil, dicen, y Paco viene de montones de pérdidas: de su madre, del hogar, de la autoestima, de sus compañeros, de la brújula, del asidero y sobre todo, de todos los porqués que había acumulado a lo largo de 10 años.

Eusebio lo mira como una bestia hambrienta y cuando están a punto de brotar dos lágrimas de los ojos de Francisco la maestra llega a su rescate: “Buenos días, chicos”, todos se ponen de pie y responden al unísono. “Hoy les voy a presentar a Francisco, el nuevo miembro de este maravilloso grupo, es un chico muy brillante y quienes lo sumen a su equipo seguramente tendrán excelentes calificaciones”.

Paco está confundido, piensa que habla de otro Francisco, definitivamente él nunca ha sido calificado por ningún profesor como “brillante”, hasta el momento se ha esforzado por pasar desapercibido. Mientras cavila no alcanza a escuchar el murmullo, muchos de los niños se enganchan con el término “maravilloso grupo” otros con las “excelentes calificaciones”, algunas niñas comienzan a ver el atractivo del muchacho nuevo y otros sienten cómo la envidia los corroe.

La maestra ha hecho su mejor esfuerzo por estimular la integración del estudiante nuevo, sin embargo, para él, lo ha expuesto, le ha marcado un estándar demasiado alto, difícil de alcanzar, Paco está confundido y a punto de explotar, salir corriendo de ahí sería una opción.

Al cabo de sólo un par de meses la estrategia de la profesora funciona: el grupo ha elevado su rendimiento y la autoestima de Paco se ha emparejado con la tendencia grupal.

¿De qué se trata ser profesor? ¿De transmitir conocimientos obsoletos que cambian a una velocidad trepidante? ¿De llenar informes burocráticos que terminan en cajones de funcionarios ineficientes? ¿De asentar calificaciones en una boleta? Si, todo eso hay que hacer, también hay que entregar planeaciones que nadie leerá o entenderá, de cursar miles de diplomados y talleres que se sumarán al papeleo institucional, pero también, en algunos casos, pocos, demasiado pocos tal vez, se trata de insuflar el espíritu de pequeñas personas que crecerán con la certeza de que algo diferente es posible en su horizonte.

Cambiar el futuro de un chico o una chica no es sólo “echarle ganas” o “poner buena cara” se trata de un compromiso permanente con la esperanza, con el bienestar y con el crecimiento de todos los estudiantes que entran en cada salón de clases, muchos de ellos obligados o amenazados; también hay los que llegan para refugiarse de la indiferencia o el maltrato, para llevar algo al estómago u olvidarse de su realidad inhóspita;  y aquél que piense que es labor sencilla desconoce totalmente un aula, pública o privada desde el otro lado del pupitre.

Ser maestro o maestra es ponerse todos los días el traje de salvavidas y correr con determinación hacia un mar embravecido lleno de peligros y monstruos que quieren engullirle, es enfrentar la burocracia, el sinsentido, la escasez, la corrupción, la indiferencia y la franca violencia con el arma de una mente alimentada con teoría y un cuerpo lleno de experiencias que, al final, han sido buenas o se han convertido en aprendizajes profundos que permanecen a flor de piel.

Los docentes no estamos en una flotilla histórica, pero nos levantamos todos los días con la convicción de que, no importa el tamaño del monstruo, siempre lo enfrentaremos para rescatar a nuestros estudiantes.

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